El
desfile de las banderas
Todo
empezó con el desfile de las banderas, era una
congregación infinita de telas pintadas y costuras entregadas al
viento. Todos, rodeábamos la caravana en
un círculo y mirábamos, en silencio, el
lento pero firme desfile de colores. La gente iba llegando de a poco, pero a
ritmo continuo. Las banderas en el centro nos congregaba, nos hipnotizaba. La
wiphala, en representación de todos los pueblos aborígenes, no por nada era la
más grande, la más glamorosa y la más colorida, en ella se refleja la
diversidad étnica de América del Sur, como símbolo y memoria de los pueblos
explotados, oprimidos y marginados. La seguía la bandera de los ava guaraní,
prominente, orgullosa, verde roja y marrón, verde en representación de su
origen, la selva; rojo, por la sangre derramada en la guerra; y marrón, la
tierra por la que luchan. La bandera mapuche, amarilla, azul, blanca, roja y
verde, el sol, la espiritualidad, la sabiduría, la memoria, la naturaleza, el
cultrún y el guemil. Y por último una representando a la Comunidad Comechingona
del Pueblo de la Toma, un antiguo asentamiento indígena que se encontraba en lo
que ahora es Barrio Alberdi.
Al rato,
mientras ensayaban los sonidos y los niños y las niñas corrían eufóricos,
jugando a la tocadita y a la pelota, las banderas fueron ubicándose al fondo
del escenario que ocupaba un cuarto del patio, y ahí se quedaron, agazapadas a
la espera de alguna señal.
La
música y la danza ritual
Y
entonces empezó la música, sonidos de quena, guitarra, tamborcitos, flautines.
Todo se amalgamaba en una melodía alegre y profunda.
Los ritmos andinos,
bolivianos y paraguayos son típicos en estas celebraciones donde abunda la
danza, el alcohol y el frenesí, puesto que su
ritmo característico te sumerge en una especie de trance. Varones y mujeres danzan rítmicamente en pareja,
solos, tomados de la mano, en ronda. Van golpeando el suelo con los pies
acompañando el ritmo con gritos, risas o llantos, dependiendo de cada
circunstancia. Con su danza resignifica su cultura que no se perderá, sino que
renacerá especialmente con la llegada de cada carnaval.
Otro
nombre que recibe esta fiesta agrícola, es Pim Pim. El pim pim es un
instrumento musical, una caja de cuero hecha originalmente con piel de vaca,
zorro o iguana, denominado así por el sonido agudo que emite. Acompañando a la
quena, otro instrumento típico era el temimbi, una especie de flauta pequeña de
madera.
Yaguá yaguá se llama a la danza, donde los ancestros y el pueblo bailan juntos
tomados de las manos al rededor del gran fuego, guiados por un jefe o guía que
va marcando el ritmo del baile.
Máscaras
y espíritus
Toda la
algarabía que se generaba en la ronda, los gritos y los sapucais, las risas y
los murmullos, atrajo a los espíritus de los antepasados que, avivados por el
fuego que crepitaba en el medio de la ronda, poseía a los cuerpos que llevaban
las máscaras, los aña-aña. Añá es, entre los chané, aquel que viste la máscara.
Las mismas son cruciales, ya que impiden que las personas sean dañadas por
algún pariente ya difunto que, por añoranza, intente raptar el alma de uno de
los seres queridos. Las
máscaras son representaciones de potencia y equilibrio entre el hombre y la naturaleza, intermedian entre el mundo de los dioses y los hombres. La razón de ser de una máscara es que será habitada por los espíritus, pero al mismo tiempo ha de ser una coraza de protección contra alguna fuerza destructiva que pueda pretender hacer daño (otra concepción de Añá es de los guaraníes, que lo consideraban una fuerza, un espíritu del mal destructor de la naturaleza, en oposición a Tupá, el sol y creador de las cosas). Las máscaras actúan como enlace con los antepasados y los mitos colectivos; en el contexto ritual son un ente creador de orden en contraposición al caos. Si el espíritu a ser representado no logra plasmarse en la imagen de la máscara, ésta carecerá de fuerza; por esto el momento previo de confección y construcción de las caretas cobra una importancia singular, originalmente eran de madera de samóu palo borracho y cada joven tenía que hacerlas en soledad en medio de la selva, así se le imbuía una fuerza individual.
máscaras son representaciones de potencia y equilibrio entre el hombre y la naturaleza, intermedian entre el mundo de los dioses y los hombres. La razón de ser de una máscara es que será habitada por los espíritus, pero al mismo tiempo ha de ser una coraza de protección contra alguna fuerza destructiva que pueda pretender hacer daño (otra concepción de Añá es de los guaraníes, que lo consideraban una fuerza, un espíritu del mal destructor de la naturaleza, en oposición a Tupá, el sol y creador de las cosas). Las máscaras actúan como enlace con los antepasados y los mitos colectivos; en el contexto ritual son un ente creador de orden en contraposición al caos. Si el espíritu a ser representado no logra plasmarse en la imagen de la máscara, ésta carecerá de fuerza; por esto el momento previo de confección y construcción de las caretas cobra una importancia singular, originalmente eran de madera de samóu palo borracho y cada joven tenía que hacerlas en soledad en medio de la selva, así se le imbuía una fuerza individual.
Algunas
máscaras presentaban motivos animales, y otras rostros humanos. Estas varían,
pero las que no pueden faltar, son la del chancho, la del jaguar y la del toro.
El toro
como animal enorme, desproporcionado, fuera de lugar en ese paisaje autóctono y
selvático, representando al hombre blanco, extraño, europeo, temperamental, que
venía a invadir sus tierras con la prepotencia y enormidad de un animal como el
toro, que con sus enormes cuernos y sus armas arrasa todo a su paso.
El
jaguar, si bien hoy en día el desmonte de las selvas y bosques nativos y el
avance de una cultura occidental dominante ha convertido al yaguareté en un
depredador temido y repudiado, se lo solía considerar la reencarnación animal
del alma guaraní, del espíritu guerrero, nativo de su ambiente, flexible, ágil
y feroz, cuya destreza felina era sagrada.
Este
clima caótico de algarabía, y baile ininterrumpido donde conviven dioses,
antepasados y hombres va llegando a su fin, la chicha y el alcohol merman y
llega la hora de deshacerse de las máscaras. Movido por el furor colectivo, los
personajes se acercan al fuego y queman las máscaras, a modo de purificación y
de despojo de los roles adquiridos, retomando poco a poco los deberes
cotidianos.
La
olla comunitaria
Hay un elemento clave en este ritual, y es su origen agrícola. Si bien
es una oportunidad en la cual se bebe, se baila y se ama, y en la que se pone
de manifiesto la resistencia cultural, también es en el sentido religioso una
ocasión de agradecimiento, de regocijo por un año de buena cosecha y un
próspero año por venir. Como comunidad agraria, la principal fuente de alimento
eran las cosechas, en especial el maíz.
Las
rondas se formaron al rededor de este fuego, que a medida que la tensión del
festival iba en aumento parecía arder con más furor. Se cocinaba en la gran
olla una comida típica a base de arroz, maíz y otros vegetales. Simboliza la
manera de distribución de los alimentos, una forma de vida de recolección y un
momento de interacción social, de comensalismo ritual.
La
lucha
Los
gritos y el tenor del ritual finalmente llaman al toro, que se ensaña en una
lucha salvaje con el alma guaraní, el yaguareté, un alma luchadora, invencible.
Las astas del toro desaparecen entre la multitud, es expulsado el hombre
blanco, el invasor europeo de la tierra sin mal, de la tierra aborigen. Esta
lucha simbólica representa para el pueblo la reivindicación étnica de los
pueblos de América Latina. Con la muerte del toro, el invasor es desterrado y
la libertad es recuperada.
Los
pueblos guaraníes, a lo largo de la historia, siempre se vieron obligados , ya
sea en las invasiones de los españoles o las invasiones de otros pueblos, a
desplazar sus tierras, de un lugar a otro. En un principio buscando la tierra
sin mal (rasgo que comparten todas las comunidades guaraníes), caminando,
asentándose, y caminando otra vez algunos la encontraron en la Cordillera.
Pero no
mucho después se vieron sumergidos en guerras y luchas e intentos de dominación,
vieron atacado su territorio, su tierra sagrada, que defendieron
encarnecidamente durante muchos años. Pero no duró para siempre. La conquista del español en
algunas comunidades fue rápida, puesto que atacaron sin piedad y esclavizaron a
cuanto hombre y mujer se resistiera, otros lograron huir hacia otras tierras,
pero tarde o temprano se toparían con otra guerra y volverían a huir. Otras
comunidades guaraní tardaron más tiempo en ser esclavizadas, su resistencia era
dura, pero flexible. Aceptaron al invasor pero no adoptaron sus costumbres ni
su religión. Así, pasaron aproximadamente 600 años y la población indígena se
vio reducida y exiliada en proporciones inhumanas; aquellos que no murieron
Hoy en
día, y tras varios levantamientos y logros para la liberación y reivindicación
de los pueblos aborígenes, todavía se viven problemas relacionados con la
ocupación de las tierras y la discriminación. Temas como desalojos de familias y el éxodo de la población rural a la ciudad
debido a la expropiación de las tierras, o la dificultad e imposibilidad de
acceso a la tierra y al agua.
Los territorios son el principal campo de batalla donde se encuentran
distintos modelos de producción y donde chocan intereses económicos y
políticos. Los desalojos, las represiones, la violencia, la expulsión, crecen
paralelamente con el corrimiento de la frontera agropecuaria y la
profundización del extractivismo.
Comunidades indígenas en diferentes puntos del país sufren las
consecuencias. Los que son desalojados por el corrimiento de la frontera
agropecuaria, los que sufren las terribles consecuencias de la megaminería, los
que ven sus territorios tomados por petroleras, los que sufren represiones por
resistir o reclamar, los que son judicializados, los que son asesinados, los
que sufren violencia constante por parte de empresarios y sicarios, los que
sufren los efectos de los agrotóxicos, los que sufren el hambre y el abandono.
Junto con esto, va creciendo la cantidad de familias expulsadas de sus
territorios y obligadas a pasar a engrosar las villas en las grandes ciudades.
Poco a poco, y con luchas constantes y sin bajar los brazos se va
logrando abrir una grieta entre tanto gris, volver a reconocer su autonomía
cultural y étnica. Finalmente, como la lucha entre el toro y el jaguar, el alma
guaraní vencerá y llegará a su tan añorada tierra sin mal.
La
despedida
Al final
de todo, cuando los ánimos fueron caldeándose y las comidas y bebidas
amainaron. Una mujer en el escenario comenzó a hablar en lengua guaraní, todos
la oímos. Su discurso fue mas o menos así:
“Volveremos
ahora a nuestras casas con gran alegría, porque nos hemos encontrado de nuevo
con nuestros hermanos del Mato Grosso, porque sabemos que el tiempo están
unidos, el presente pasado y el futuro, están unidos, y porque hemos podido
celebrar el ritual del areté (...)”.
Se ve claramente plasmado el fuerte espíritu
guaraní, de memoria, de reivindicación. El hecho también de que este areté se
haya realizado en una escuela tiene que ver con la lucha por lograr que los
niños guarden en su memoria y no olviden de dónde vienen, que no olviden su
lengua y su cultura.