domingo, 2 de noviembre de 2014

Arete Guazú


El desfile de las banderas
Todo empezó con el desfile de las banderas, era una  congregación infinita de telas pintadas y costuras entregadas al viento.  Todos, rodeábamos la caravana en un círculo y mirábamos,  en silencio, el lento pero firme desfile de colores. La gente iba llegando de a poco, pero a ritmo continuo. Las banderas en el centro nos congregaba, nos hipnotizaba. La wiphala, en representación de todos los pueblos aborígenes, no por nada era la más grande, la más glamorosa y la más colorida, en ella se refleja la diversidad étnica de América del Sur, como símbolo y memoria de los pueblos explotados, oprimidos y marginados. La seguía la bandera de los ava guaraní, prominente, orgullosa, verde roja y marrón, verde en representación de su origen, la selva; rojo, por la sangre derramada en la guerra; y marrón, la tierra por la que luchan. La bandera mapuche, amarilla, azul, blanca, roja y verde, el sol, la espiritualidad, la sabiduría, la memoria, la naturaleza, el cultrún y el guemil. Y por último una representando a la Comunidad Comechingona del Pueblo de la Toma, un antiguo asentamiento indígena que se encontraba en lo que ahora es Barrio Alberdi.
Al rato, mientras ensayaban los sonidos y los niños y las niñas corrían eufóricos, jugando a la tocadita y a la pelota, las banderas fueron ubicándose al fondo del escenario que ocupaba un cuarto del patio, y ahí se quedaron, agazapadas a la espera de alguna señal.

Más tarde, cuando los cuerpos del baile ya estuvieren ubicados y la música lista para comenzar, se dispondrían en un semicírculo más amplio, al rededor, como cortejando, protegiendo, apoyando el ritual.

La música y la danza ritual
Y entonces empezó la música, sonidos de quena, guitarra, tamborcitos, flautines. Todo se amalgamaba en una melodía alegre y profunda. 

Los ritmos andinos, bolivianos y paraguayos son típicos en estas celebraciones donde abunda la danza, el alcohol y el frenesí, puesto que su  ritmo característico te sumerge en una especie de trance.  Varones y mujeres danzan rítmicamente en pareja, solos, tomados de la mano, en ronda. Van golpeando el suelo con los pies acompañando el ritmo con gritos, risas o llantos, dependiendo de cada circunstancia. Con su danza resignifica su cultura que no se perderá, sino que renacerá especialmente con la llegada de cada carnaval.

Otro nombre que recibe esta fiesta agrícola, es Pim Pim. El pim pim es un instrumento musical, una caja de cuero hecha originalmente con piel de vaca, zorro o iguana, denominado así por el sonido agudo que emite. Acompañando a la quena, otro instrumento típico era el temimbi, una especie de flauta pequeña de madera.
Yaguá yaguá se llama a la danza, donde los ancestros y el pueblo bailan juntos tomados de las manos al rededor del gran fuego, guiados por un jefe o guía que va marcando el ritmo del baile.

Máscaras y espíritus
Toda la algarabía que se generaba en la ronda, los gritos y los sapucais, las risas y los murmullos, atrajo a los espíritus de los antepasados que, avivados por el fuego que crepitaba en el medio de la ronda, poseía a los cuerpos que llevaban las máscaras, los aña-aña. Añá es, entre los chané, aquel que viste la máscara. Las mismas son cruciales, ya que impiden que las personas sean dañadas por algún pariente ya difunto que, por añoranza, intente raptar el alma de uno de los seres queridos. Las
máscaras son representaciones de potencia y equilibrio entre el hombre y la naturaleza, intermedian entre el mundo de los dioses y los hombres. La razón de ser de una máscara es que será habitada por los espíritus, pero al mismo tiempo ha de ser una coraza de protección contra alguna fuerza destructiva que pueda pretender hacer daño (otra concepción de Añá es de los guaraníes, que lo consideraban una fuerza, un espíritu del mal destructor de la naturaleza, en oposición a Tupá, el sol y creador de las cosas). Las máscaras actúan como
enlace con los antepasados y los mitos colectivos; en el contexto ritual son un ente creador de orden en contraposición al caos. Si el espíritu a ser representado no logra plasmarse en la imagen de la máscara, ésta carecerá de fuerza; por esto el momento previo de confección y construcción de las caretas cobra una importancia singular, originalmente eran de madera de samóu palo borracho y cada joven tenía que hacerlas en soledad en medio de la selva, así se le imbuía una fuerza individual.

Algunas máscaras presentaban motivos animales, y otras rostros humanos. Estas varían, pero las que no pueden faltar, son la del chancho, la del jaguar y la del toro.

El chancho, o chancho de monte. En la ronda hay un aña-aña que viste una máscara de chancho, su rol es molestar e interponerse entre el pueblo y los espíritus y atrasar la llegada simbólica a la tierra sin mal. Llamado en lengua guaraní panelkuchi, significa préstamo y simboliza todos los obstáculos que se presentan en la vida y nos dificulta la caminata hacia la tierra sin mal, impide la comunicación entre los hombres y los ancestros.

El toro como animal enorme, desproporcionado, fuera de lugar en ese paisaje autóctono y selvático, representando al hombre blanco, extraño, europeo, temperamental, que venía a invadir sus tierras con la prepotencia y enormidad de un animal como el toro, que con sus enormes cuernos y sus armas arrasa todo a su paso.
El jaguar, si bien hoy en día el desmonte de las selvas y bosques nativos y el avance de una cultura occidental dominante ha convertido al yaguareté en un depredador temido y repudiado, se lo solía considerar la reencarnación animal del alma guaraní, del espíritu guerrero, nativo de su ambiente, flexible, ágil y feroz, cuya destreza felina era sagrada.

Este clima caótico de algarabía, y baile ininterrumpido donde conviven dioses, antepasados y hombres va llegando a su fin, la chicha y el alcohol merman y llega la hora de deshacerse de las máscaras. Movido por el furor colectivo, los personajes se acercan al fuego y queman las máscaras, a modo de purificación y de despojo de los roles adquiridos, retomando poco a poco los deberes cotidianos.

La olla comunitaria
Hay un elemento clave en este ritual, y es su origen agrícola. Si bien es una oportunidad en la cual se bebe, se baila y se ama, y en la que se pone de manifiesto la resistencia cultural, también es en el sentido religioso una ocasión de agradecimiento, de regocijo por un año de buena cosecha y un próspero año por venir. Como comunidad agraria, la principal fuente de alimento eran las cosechas, en especial el maíz.
Las rondas se formaron al rededor de este fuego, que a medida que la tensión del festival iba en aumento parecía arder con más furor. Se cocinaba en la gran olla una comida típica a base de arroz, maíz y otros vegetales. Simboliza la manera de distribución de los alimentos, una forma de vida de recolección y un momento de interacción social, de comensalismo ritual.

La lucha
Los gritos y el tenor del ritual finalmente llaman al toro, que se ensaña en una lucha salvaje con el alma guaraní, el yaguareté, un alma luchadora, invencible. Las astas del toro desaparecen entre la multitud, es expulsado el hombre blanco, el invasor europeo de la tierra sin mal, de la tierra aborigen. Esta lucha simbólica representa para el pueblo la reivindicación étnica de los pueblos de América Latina. Con la muerte del toro, el invasor es desterrado y la libertad es recuperada.

Los pueblos guaraníes, a lo largo de la historia, siempre se vieron obligados , ya sea en las invasiones de los españoles o las invasiones de otros pueblos, a desplazar sus tierras, de un lugar a otro. En un principio buscando la tierra sin mal (rasgo que comparten todas las comunidades guaraníes), caminando, asentándose, y caminando otra vez algunos la encontraron en la Cordillera.

Pero no mucho después se vieron sumergidos en guerras y luchas e intentos de dominación, vieron atacado su territorio, su tierra sagrada, que defendieron encarnecidamente durante muchos años. Pero no duró  para siempre. La conquista del español en algunas comunidades fue rápida, puesto que atacaron sin piedad y esclavizaron a cuanto hombre y mujer se resistiera, otros lograron huir hacia otras tierras, pero tarde o temprano se toparían con otra guerra y volverían a huir. Otras comunidades guaraní tardaron más tiempo en ser esclavizadas, su resistencia era dura, pero flexible. Aceptaron al invasor pero no adoptaron sus costumbres ni su religión. Así, pasaron aproximadamente 600 años y la población indígena se vio reducida y exiliada en proporciones inhumanas; aquellos que no murieron 
fueron esclavizados, u obligados a vivir lejos de su tierra.

Hoy en día, y tras varios levantamientos y logros para la liberación y reivindicación de los pueblos aborígenes, todavía se viven problemas relacionados con la ocupación de las tierras y la discriminación. Temas como desalojos de familias y el éxodo de la población rural a la ciudad debido a la expropiación de las tierras, o la dificultad e imposibilidad de acceso a la tierra y al agua.

Los territorios son el principal campo de batalla donde se encuentran distintos modelos de producción y donde chocan intereses económicos y políticos. Los desalojos, las represiones, la violencia, la expulsión, crecen paralelamente con el corrimiento de la frontera agropecuaria y la profundización del extractivismo.

Comunidades indígenas en diferentes puntos del país sufren las consecuencias. Los que son desalojados por el corrimiento de la frontera agropecuaria, los que sufren las terribles consecuencias de la megaminería, los que ven sus territorios tomados por petroleras, los que sufren represiones por resistir o reclamar, los que son judicializados, los que son asesinados, los que sufren violencia constante por parte de empresarios y sicarios, los que sufren los efectos de los agrotóxicos, los que sufren el hambre y el abandono. Junto con esto, va creciendo la cantidad de familias expulsadas de sus territorios y obligadas a pasar a engrosar las villas en las grandes ciudades.
Poco a poco, y con luchas constantes y sin bajar los brazos se va logrando abrir una grieta entre tanto gris, volver a reconocer su autonomía cultural y étnica. Finalmente, como la lucha entre el toro y el jaguar, el alma guaraní vencerá y llegará a su tan añorada tierra sin mal.

La despedida
Al final de todo, cuando los ánimos fueron caldeándose y las comidas y bebidas amainaron. Una mujer en el escenario comenzó a hablar en lengua guaraní, todos la oímos. Su discurso fue mas o menos así:
“Volveremos ahora a nuestras casas con gran alegría, porque nos hemos encontrado de nuevo con nuestros hermanos del Mato Grosso, porque sabemos que el tiempo están unidos, el presente pasado y el futuro, están unidos, y porque hemos podido celebrar el ritual del areté (...)”.

Se ve claramente plasmado el fuerte espíritu guaraní, de memoria, de reivindicación. El hecho también de que este areté se haya realizado en una escuela tiene que ver con la lucha por lograr que los niños guarden en su memoria y no olviden de dónde vienen, que no olviden su lengua y su cultura. 


jueves, 25 de septiembre de 2014

La Fiesta de la Virgen de Urkupiña en Córdoba, Argentina.


Al ritmo  de diabladas, morenadas, pujillay,  llameradas y caporales se celebró  el sábado 16 de agosto la fiesta de  la “mamita de Urkupiña” en Barrio Villa Libertador de la ciudad de Córdoba, Argentina.
La festividad de la Virgen de Urkupiña, oriunda de Quillacollo (Cochabamba -Bolivia), se festeja hace 29 años en Córdoba  desde que un grupo de residentes bolivianos la trajo a la ciudad. El barrio creció al ritmo de la migración y también la fiesta,  la que conservando su espíritu religioso, de regocijo  y de agradecimiento,  se ha convertido en  un atractivo del sincretismo y la interculturalidad que colorea  a Córdoba.
La historia de la “mamita de Urkupiña”, advocación de la Virgen María,  remonta a su aparición en el cerro de la Qota (cercano a Quillacollo) en la época de la colonia; y en las fiestas en su honor  se entrelazan la fe, los ritos paganos,  los rituales de fertilidad de agosto,   las tradiciones culturales y danzas  que recuperan la historia y las historias del sometimiento y la dominación del pueblo boliviano.
La fiesta, que  dura tres días,  tiene su punto culminante el día sábado con la misa en acción de gracias, la procesión,  el desfile, los bailes y las comidas típicas. El viernes por la tarde, el día llamado de la “Víspera”, se hace una misa, se presentan promesas por parte de los devotos, se bendicen los trajes de los bailarines de las diferentes fraternidades y se anticipa lo que será la fiesta  del fin de semana, que concluye el domingo. 
El sábado, el movimiento alrededor de la plaza y de la iglesia comienza temprano, y pueden observarse los vecinos vistiendo y adornando los autos que acompañarán el desfile con telas típicas peruanas, peluches, billetes  y objetos de todo tipo en símbolo de agradecimiento a la virgen por lo recibido y por lo que vendrá.  
A la misa de 11, los feligreses  llevan las vírgenes de sus hogares para ser bendecidas y sumarlas a la procesión y al festejo.  Es movilizante ver la devoción de los vecinos portando las imágenes que visitan a la Virgen de Urkupiña, en su casa.   Terminada la misa, y en una salida triunfal en la que se festeja con papel picado y un sahumado de las vírgenes con coha -una planta ritual- , se inicia  la procesión por las calles del barrio. Vírgenes de todos los  tamaños vestidas con diferentes colores, e inclusive cuadros o estampitas  marchan en  procesión junto a  vecinos,  turistas y  autoridades religiosas, civiles y militares que acompañan la celebración. Porque la devoción por la virgen de Urkupiña para el pueblo boliviano tiene  una intensidad que solo la fe, y los misterios y la fuerza de la Pachamama pueden explicar.   Esta devoción y popularidad fue lo que hizo, precisamente,  que en 1985 se declarara el 15 de agosto,  el día de la virgen, como “Día de la Integración Nacional” para el pueblo boliviano.

Y mientras por las calles laterales los platos típicos de Bolivia, bendecidos como todo y todos en la ceremonia,  deleitan el paladar de los visitantes,  durante toda la jornada y hasta el anochecer, las calles de la plaza son el escenario del color y la alegría. Gauchos y paisanas festejan  los bailes folklóricos argentinos; diablos con trajes y máscaras bailan bajo las órdenes del Arcángel  Gabriel  en una lucha entre el bien y el mal;  el tintinar de cascabeles o ruidos de matracas remedando cadenas  imponen el ritmo en  las morenada,  y la  sensualidad de las mujeres,  y la acrobacia y saltos de los varones   en los caporales  honoran a la Virgen de Urkupiña, y   a todas las vírgenes, que han sido colocadas  una al lado de la otra en pedestales presidiendo el desfile. Un desfile  de danzas, destreza física, tradiciones,  trajes multicolores bordados con lentejuelas,  máscaras,  olores  y sabores  que hacen de la festividad religiosa una fiesta  de todos los sentidos  e impregnan de sentidos el  encuentro de culturas.